Todo empezó una mañana allá por el año 2010 cuando una compañera de trabajo me indico que tenía al teléfono a un señor de Madrid que estaba muy interesado en hablar conmigo. Según decía, quería proponerme un curso “muy interesante sobre un método único que había creado para conseguir el dominio de la palabra hablada y el placer escénico”. En aquel momento no le atendí, “ya lo atendería más adelante”, pensé.
Por aquel entonces había empezado a organizar conferencias sobre temas que me resultaban de máximo interés, en donde intentaba reunir en un teatro a 500 personas y por eso me llamaba muchísima gente para ofrecerme sus servicios de conferencias y charlas.
Esa llamada se repitió dos o tres veces más, y la verdad, igualmente no las atendí. Le decía que ya me pondría en contacto con él más adelante. Se podría decir que no me resultaba interesante en aquel entonces. Lo que no quita, decir que no estuvo bien, porque tengo la sana costumbre de responder a todo el mundo.
Un mes después, una compañera entró en mi despacho y me dijo que había un señor en la sala de juntas que había venido desde Madrid para verme. Hizo hincapié en que no tenía prisa, esperaría hasta poder reunirse conmigo y además aseguró que teníamos un amigo en común. ¡Ole!
No tuve escapatoria. Llegué a la sala de juntas y me encontré a un señor que me dijo: “me llamo Ángel Lafuente y desde hace cuatro décadas creé un método único para dominar la palabra hablada, difiere de todo lo que hay en el mercado, no requiere prácticas y el éxito está garantizado”. Estuvimos dos horas reunidos.
Tengo que reconocer que después de nuestro primer encuentro seguía sin verlo claro, pero insistió tanto, que finalmente decidí poner en marcha un curso sobre su método donde intentaría nuevamente reunir al mayor número de personas posibles.
Cuando empecé a hacer la labor comercial para atraer alumnos tenía muchas dudas. Me había saltado la fórmula que hasta ese momento utilizaba para detectar a quien contrataba o no: seguir al ponente durante 7 o 8 meses para ver su impacto y valorar si resulta interesante. Por eso, a Ángel Lafuente lo llamaba por teléfono casi todos los días con el objetivo de transmitirle mis inquietudes y mi miedo a fallarle a tantas personas.
Él no paraba de repetirme que me tranquilizara y que estuviese seguro de que todas las personas que fuesen iban a salir encantadas. Esto unido a mi ilusión por volver a reunir a tantas personas me hizo seguir hacía adelante.
Y llego el gran día. El teatro estaba lleno, unas 475 personas aproximadamente. Como hacía en todas las conferencias me senté junto a él en una mesa para presentarlo brevemente a todo el auditorio. Pero la gente no se callaba, no me dejaban empezar, estaba muy nervioso y conforme iban pasando los segundos me iba poniendo un poco más.
De repente Ángel me agarró la rodilla y me dijo “cállate 20 segundos, y verás cómo todos se callan, entonces puedes empezar a hablar”. Reconozco que me sentó mal, pero estaba tan nervioso que lo hice y recibí su primera lección: la 6ª Regla de Oro, EL SILENCIO. ¡Fue espectacular!
El curso fue un éxito total, rápidamente me di cuenta de que iba a salir muy bien.
Empecé a escuchar cosas como, quien domina la palabra aventaja a los demás; el sistema educativo nos birla con descaro la única herramienta imprescindible para la vida; salimos titulados de la Universidad pero carentes del dominio de la palabra; la forma de comunicar desvela la consistencia o debilidad de la propia personalidad; quien tiene miedo a hablar tiene miedo a vivir; o, solo se supera el miedo escénico si se acepta que cada uno es la persona más sagrada que hay en este mundo para sí mismo y que este mundo es un teatro.
Como él diría: “¡TOMA YA!”. Qué profundidad, y además no se trataba de un curso de cómo hablar en público, sino de cómo vivir.
Todos los asistentes salieron encantados, hasta tal punto que volví a llenar el teatro dos veces más. Pero para mí lo más importante es que por causas del destino había tenido la oportunidad de escuchar un método que me cambió la vida. Tanto fue así que le propuse formarme con él para poder transmitirlo a escolares por toda España e Iberoamérica.
Cada día sigo trabajando por mejorar mi competencia comunicativa, porque como él dice: “el dominio de la palabra hablada nunca puede ser perfecto, siempre hay un horizonte de mejora, y no hace falta talleres prácticos, ya se practica en la vida diaria”
Ángel Lafuente es a día de hoy mi maestro en todo lo que se refiere a COMUNICAR, que para mí no es más que las ideas que tengo en mi cabeza pasen a tu cabeza y los sentimientos que hay en mi corazón, pasen a tu corazón.
Gracias MAESTRO, gracias Ángel, por haberme abierto los ojos.