El vienes 30 de mayo sonó el despertador a las 5 de la mañana. Tocaba amanecer muy temprano para salir en coche hacia Cardedeu, un pueblecito a 45 kilómetros de Barcelona donde vive el segundo protagonista del #RetoPichón2021.
Tenía 1.000 kilómetros por delante hasta llegar allí.
La prueba era en Amposta (Tarragona), pero tenía muy claro que antes iría a conocer a Adriá y a sus padres, Marta y Alex, y que luego, si conseguía llegar a meta, volvería a llevarle su medalla. Me daba igual la distancia que tuviese que recorrer porque me hacía muchísima ilusión.
Tenía 1.000 kilómetros por delante hasta llegar allí. Me pase todo el camino imaginando como sería el encuentro con Adriá y sus padres, si sería capaz de terminar la prueba y llevarle su medalla.
A las 16:35 estaba por fin en la puerta de su casa. Marta había ido a recoger a Adriá al colegio, yo estaba nervioso, y de repente lo tenía en frente montado en su bicicleta. ¡Pero, qué lindo! En su casa, con Adriá y sus padres, Marta y Alex, me di cuenta de que son una familia muy especial.
Es como cualquier otro niño de su edad.
Estuvimos un rato hablando, conociendo su realidad, su día a día, cómo les ha cambiado la llegada de Adriá y cómo se han tenido que adaptar, normalizando una situación tan difícil como es la de tener un hijo con Piel de Mariposa. Hablamos también de las curas diarias que necesita, y de cómo va evolucionando su enfermedad.
Me contaron que a Adriá le encantan los superhéroes, colorear, ir al parque, y jugar con su padre a todas horas, como a cualquier otro niño de su edad.
Más tarde llegó Pitus (un hermano de Marta y otro fenómeno), y aprovechamos para grabar un video y así seguir difundiendo y dándole visibilidad a la Piel de Mariposa.
Tenía molestias en una de las piernas, pero la realidad luego fue otra bien distinta.
Una vez que terminamos, Alex me propuso cenar juntos esa noche, a lo que accedí gustosamente. A la cena se incorporó Oscar, su hermano ¡Qué gran familia! Estaba muy a gusto, pero tenía que irme a dormir. Al día siguiente tocaba viajar a Amposta para preparar la prueba del domingo. Debía centrarme después de todos los kilómetros recorridos y, sobre todo, de las emociones vividas para conseguir la medalla para Adriá ¡no podía fallar!
Sí es cierto que no me encontraba del todo bien para afrontar la prueba, tenía molestias en una de las piernas, pero la realidad luego fue otra bien distinta. Mi mejor prueba.
Amanecí muy temprano, desayuné y me dirigí hacía la salida. Estaba nublado, el río Ebro donde tenía que nadar estaba en calma y a una temperatura perfecta a pesar de la hora que era. Después de superar ese trámite, cogí la bicicleta. Nunca había ido tan rápido, estoy seguro que fue la pegatina de Superman que me regalo Adriá.
Cuando empecé la carrera a pie fui mucho más consciente de que podría conseguir la medalla. El sol empezó a apretar, pero iban pasando las vueltas y cada vez lo veía más cerca. Por fin, llegué a la meta. Cuando me pusieron la medalla, grite fuerte: ¡¡¡Siiiii!!! Ya la teníamos.
Me recuperé durante unos minutos, tomé algo de líquido, me alimenté con alguna fruta y un trozo de pizza, y después de recoger todo el material y cargarlo en el coche me fui otra vez a Cardedeu. Estaba deseándolo.
Por el camino llamé por teléfono a Alex. Le comenté que lo habíamos conseguido y les pedí permiso para ir a llevarles la medalla. Me dijo que allí estaban esperándome. Entonces me puse aún más nervioso.
Los kilómetros no pasaban. Aparqué en la puerta de la casa y toqué el timbre. Allí estaba Adriá esperándome con una sonrisa que no se puede describir con palabras. Esas sonrisas que hay que verlas en directo. ¡Todo lo que dicen, más que cualquier discurso o palabra! Cuando vi nuevamente su cara, fue muy especial. Con la medalla colgada en el cuello, yo gritaba: “¡La he perdido, la he perdido!”, y el con sus cuatro añitos la señalaba y decía: “¡Está ahí, en el cuello!”. Nos reímos. Se la puse y…. ¡¡¡Buaaaaahhhhh!!! Estaba muy emocionado, se la quería llevar al colegio para enseñársela a sus amigas.
Ha sido un fin de semana en el que he crecido mucho personalmente.
Estuvimos hablando un buen rato, les conté cómo había ido la prueba, les di las gracias por como me había tratado estos días, por la cena del día anterior y llegó la hora de despedirnos. Estoy seguro de que nos volveremos a ver. Ya son parte de mi familia.
Cuando me dirigía al coche, todavía sin ducharme, después de la prueba y de tantos kilómetros, se me escaparon algunas lágrimas. Para mi ha sido un fin de semana en el que he crecido mucho personalmente, ¡nunca lo olvidaré!
¡Hasta muy pronto!