La noche anterior ya en Zahara de la Sierra (Cádiz) no pude pegar ojo. Sobre todo por el miedo, y las dudas de si sería capaz de superar el Triatlón Hispano. No podía respirar. En la cama de al lado, Gonzalo, mi hermano y Ale, el cámara. No sé qué estarían ellos pensando en esos momentos – quién sabe – pero yo intentaba darles sensación de tranquilidad y de tenerlo todo controlado. Pero mi cabeza no paraba: ¿Sería capaz de nadar 10 kilómetros? ¿Y si lo conseguía, sería capaz después de hacer 360 kilómetros en bici y 84 kilómetros corriendo? ¿Me aguantaría el cuerpo? Había entrenado muy duro durante muchos meses, muchos sacrificios, pero nunca me había enfrentado a una prueba tan dura.
Y por encima de todo, el porqué estaba allí. La culminación del #RetoPichon 2018, ayudar a la Fundación Vicente Ferrer en la construcción de una residencia en la India para 70 mujeres con discapacidad. Era el motor que lo movía todo.
Éramos 31 personas venidas de diferentes partes del mundo, cada una con una razón para hacerlo, pero todas con la única idea de llegar a la Plaza de España ese domingo.
A las 5 de la mañana sonó el despertador y tocó arrancar – para mí fue un alivio muy grande – desayunar sin apenas ganas para coger todas las fuerzas posibles, recoger todo el material y salir para el lago desde el albergue donde habíamos dormido, gentileza de mí amigo Paco Sánchez Lozano.
Cuando llegamos todavía no había amanecido, se respiraba tensión, mucho silencio – cada uno terminando de preparar su material y poniéndose su traje de neopreno – abrazos y, sobre todo, mucha ilusión.
A las 6:30 horas se dio la salida. Éramos 31 personas venidas de diferentes partes del mundo, cada una con una razón para hacerlo, pero todas con la única idea de llegar a la Plaza de España ese domingo. Tenía en mi cabeza cómo iba a ser mi estrategia en el agua, los primeros kilómetros iría tranquilo para ver cuáles eran mis sensaciones y cuando llevaba dos kilómetros aproximadamente me di cuenta de que lo podía conseguir.
Al lado mía siempre mi asistente, mi hermano, Gonzalo – al que le dije muy rápidamente que no se separase de mí – y sin el cual hubiera sido imposible terminar esta prueba. Fue mi guía, quien me alimentó, me dio ánimos, me chilló cuando había que hacerlo. Fue el 50% de lo que conseguimos. Y cuando llevaba 8 kilómetros nadando y estaba notando un pequeño bache, en una de las brazadas escuché: “vamos pichón, vamos pichón”, era mi hijo Juan. Ya estaba tranquilo ¡brutal! Otro pilar, sin el cual, no lo hubiera conseguido. Y, por supuesto, también Arturo, mi primo.
Al salir del agua, abrazos, secarse, alimentarse bien y a la bici. Tocaban ahora 120 kilómetros hasta Montequinto (Dos Hermanas). Salvo los primeros kilómetros que me costó acoplarme a la bicicleta, en el resto tuve muy buenas sensaciones hasta que quedando tres kilómetros me noté una contractura en el aductor de la pierna derecha.
Llegamos a las 17:21 horas, abrazos, y rápidamente a Santiponce a ducharse, cenar y recuperar.
A las 7 horas de la mañana siguiente tocaban 240 kilómetros en bici desde Santiponce al alto del Calixto en Córdoba y volver.
Sin duda fue el día que sufrí más, y donde pase los momentos más duros. Cuando me faltaban 39 kilometros me tiré en la carretera, no podía más. Saqué fuerzas de donde no las había y con los ánimos de todos conseguí llegar ya anocheciendo. Fue muy emocionante ver a todos esperándome en Santiponce. Sus gritos de apoyo y sus abrazos.
De repente, me agarro por el cuello, me levanto la cabeza y me dijo: “Papá tú has visto lo que estás haciendo, lo que has hecho hoy, ¿tú crees que eso lo hace mucha gente?”. Me dejo sin palabras y me metí en la ducha a llorar.
Yo estaba totalmente roto. Había sufrido muchísimo por conseguir llegar ese día y entonces ocurrió uno de los momentos más bonitos que viví en esta prueba. Mi hermano se quedó recogiendo el material y yo me fui para la habitación del hotel con mi hijo. Me quede a solas con Juanito y no me salían las palabras. Me estaba ayudando a meterme en la ducha y yo le decía: “tu padre está ya viejo, está ya viejo”. De repente, me agarro por el cuello, me levanto la cabeza y me dijo: “Papá tú has visto lo que estás haciendo, lo que has hecho hoy, ¿tú crees que eso lo hace mucha gente?”. Me dejo sin palabras y me metí en la ducha a llorar.
El domingo amanecimos muy temprano otra vez. Ya solo quedaba la última etapa. Había que subir al Álamo para la salida a las 8 horas. Me quedaban hasta llegar a Sevilla 84 kilómetros por delante. Y, la verdad, no sabía de donde iba a sacar las fuerzas. Pero mi éxito ese día fue unirme a dos “grandes”: Antonio Jurado Mejías y Manuel Navarro Sánchez, porque me permitieron no ir solo y siempre fui guiado por ellos. Otro apoyo importante fue tener durante más de cuarenta kilómetros corriendo conmigo a mi hijo, ¡brutal!
Cuando faltaban cuatro kilómetros, y ya entrando Sevilla, otro subidón. Allí estaban 20 amigos con la camiseta del #RetoPichon para acompañarme hasta la entrada en la meta.
Cuando llegué junto a Gonzalo y Juanito fue brutal. Uaaaaaaa ¡Lo habíamos conseguido! ¡Lo habíamos conseguido!
Y el premio, el mejor: mis padres estaban allí esperándome para llevarme a casa.
¡Hasta la próxima!